jueves, 16 de septiembre de 2010

Cuba, unas reformas de dudoso éxito

Carlos Alberto Montaner

¿Tiene posibilidades de éxito el proyecto de reformas económicas de Raúl Castro? Muy pocas. Raúl es un militar sin ninguna experiencia en el terreno empresarial y con muy pocas lecturas sobre el tema. Está acostumbrado a dar órdenes a una estructura vertical de mando basada en obediencia. Ha planeado la reforma sigilosamente, sin consenso, junto a un pequeño grupo de generales de su entera confianza y el auxilio de su hijo y presunto heredero, el coronel Alejandro Castro Espín. Muy dentro de su formación autoritaria, Raúl cree que ahora puede decir “hágase el capitalismo o el cooperativismo” y el milagro sucede. Nadie le ha dicho que el país dispone de muy poco capital cívico porque ellos se encargaron de destruirlo, y ese elemento es clave para impulsar el desarrollo.

Tampoco creo que haya reparado en que la economía de mercado basada en la existencia de propiedad privada depende de la confianza, la buena fe y el cumplimiento de los contratos. Durante medio siglo, mientras los comunistas hablaban de solidaridad y del bien común, sin advertirlo adiestraron a los cubanos en el “todos contra todos” y en él “sálvese el que pueda”. Revertir esas tendencias culturales y esos comportamientos va a tomar cierto tiempo. Aprender que el robo y la mentira son censurables es una tarea de largo aliento.

¿Qué va a suceder con las reformas de Raúl Castro? Lo primero que va a ocurrir, es que Raúl Castro no tardará en descubrir que las reformas de los estados totalitarios jamás se ajustan al proyecto original que las sustentaba. Una vez iniciado los cambios, como en el reino de Serendip, verá cómo se producen reacciones imprevistas y consecuencias no deseadas. Todo ello lo precipitará a nuevos cambios, que a su vez generará otros desenlaces insospechados hasta que los planes originales queden pulverizados.

Quienes hablan del “modelo chino” ignoran que a de Deng Xiaoping jamás le pasó por la cabeza que China acabaría siendo una dictadura de capitalismo salvaje y partido único en la que la obsesión nacional es hablar inglés y vivir a la manera occidental. Todo lo que Deng quería era aumentar la bajísima productividad y la producción del país para poder acercarse a los niveles de Taiwán o Singapur. Algo parecido a lo que intentó hacer Gorbachov en la Unión Soviética y acabó destrozando el sistema comunista.

En todo caso, los cambios que Raúl está imponiendo no van a dar frutos a corto ni a mediano plazo, pero probablemente generarán unas ásperas fricciones dentro y fuera de Cuba. Tal vez debió comenzar por poner en orden el sistema monetario. Mientras existan dos monedas ligadas por un cambio tramposo, la distorsión que se produce en cualquier transacción hace muy difícil obtener beneficios, ahorrar e invertir, que es la única secuencia de crecimiento económico.

No existe, tampoco, un sistema de precios basado en la oferta y la demanda. Exactamente como sucede con las dos monedas, ocurre con los precios: el mercado negro, o el mercado paralelo autorizado por el gobierno, se rige por unos precios que tienen muy poco que ver con los oficiales. Si el gobierno intenta controlar los precios del incipiente sector privado lo que hará es desincentivar a los productores. Si no los controla y se produce un alza en los precios, como sucedió, por cierto, en Cuba entre 1964 y 1968, cuando existía ese tejido empresarial privado, esto provocará conflictos sociales e inflación.

En el país, sencillamente, mientras se mantenga la constitución estalinista que lo rige, no hay instituciones de derecho capaces de tutelar las transacciones comerciales en el sector privado. No existe un código comercio adecuado a la nueva realidad. No hay una ley que regule las quiebras. Los jueces y abogados apenas tienen experiencia con los problemas y conflictos típicos de las sociedades en donde existe propiedad privada.

No hay en el país un sistema financiero al que acudir en busca de recursos. No hay ahorro nacional y el poco que hay no lo van a utilizar para respaldar inversiones privadas. No es posible utilizar los bienes inmuebles como garantía para la obtención de préstamos porque, en rigor, las personas no son propietarias de sus viviendas. Las habitan en usufructo y ni siquiera pueden repararlas por cuenta propia. Por otra parte, el estado se encuentra desabastecido, lo que quiere decir que difícilmente podrá atender las necesidades de insumo de los empresarios privados.

¿De dónde saldrá de capital y los insumos para poner en marcha las empresas privadas o las cooperativas? Raúl Castro y su pequeño grupo de colaboradores esperan que ese capital y esos insumos provengan de los exiliados deseosos de ayudar a sus familiares y amigos y, por qué no, de hacer negocios que los puedan beneficiar a ellos.

Probablemente tiene razón el gobernante cubano y muchos exiliados estarán dispuestos a aventurar pequeñas cantidades de dinero, pero las consecuencias políticas y sociales de esas inversiones seguramente serán devastadoras para el ya mínimo prestigio que tienen las ideas comunistas. Si en Cuba, quienes van a vivir mejor, y quienes tienen la posibilidad de enriquecerse son las personas emprendedoras que se asocien de alguna manera a sus parientes y amigos radicados en el exterior para desarrollar actividades privadas, no hay duda de que los ciudadanos de segunda serán aquellos que permanezcan anclados en la retórica y la práctica revolucionarias.

Ante ese ejemplo, seguramente muchos miembros de la nomenclatura, especialmente los más jóvenes, desearán apartarse del partido y de las instituciones gubernamentales para sumarse a las actividades empresariales privadas. Ya hay síntomas de ese fenómeno. Dos de los hijos de Fidel, el hijo de Machado Ventura, y miles de jóvenes que pertenecen a las familias del poder, y que ya no tienen la menor convicción comunista o revolucionaria, se separarán del aparato de gobierno para dedicarse al mundo de los negocios, haciendo buena la vieja frase que asegura que el comunismo “es una pesadilla que a veces se interpone entre el capitalismo y el capitalismo”.

Sin embargo, estas tensiones que se aproximan en el país no van a sorprender a Raúl Castro. Mientras preparaba su plan de reformas, enviaba a China al general Colomé Ibarra a comprar abundantes equipos antimotines para prepararse contra cualquier disturbio que pudiera surgir en la isla. Por temperamento y formación, a Raúl Castro no le temblará el pulso cuando crea que debe sacar los carros de combate y dar la orden de represión sangrienta y masiva. Para eso ha creado un cuerpo especial de élite dispuesto a matar si es necesario.

En definitiva, ¿qué va a suceder en Cuba? Lo advirtió, a mediados del siglo XIX, Alexis de Tocqueville: este tipo de régimen se estremece y colapsa cuando intenta cambiar, no cuando permanece quieto e indiferente en medio del desastre. Fidel Castro había leído a Tocqueville y lo sabía. Al final del camino, Raúl comprenderá la lección que en su momento aprendió Gorbachov: el sistema no es reformable. Hay que echarlo abajo. Pacíficamente si se quiere, pero hay que demolerlo.

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