martes, 30 de julio de 2013

Sociedad civil y oposición, entre el totalitarismo y el día después

Opositores afrocubanos de
visita en Estados Unidos
El panorama político de la Isla se ha dinamizado en los últimos tiempos. En la arena internacional el hecho de mayor impacto es sin dudas la muerte de Hugo Chávez y su sucesión materializada en Nicolás Maduro, un hombre con muy pocas herramientas políticas, que aun contra muchos pronósticos ha logrado, por ahora, mantener cierto equilibrio. Sin embargo, la difícil situación económica por la que atraviesa Cuba, más el incierto escenario chavista, no permiten que el totalitarismo cubano se limite a apostarle todas sus cartas a Venezuela.

Para la elite en el poder el tiempo, como parte de la ecuación, se convierte en la variable más importante. El relanzamiento de su posición en la arena internacional, sobre todo en lo referido a Europa y los Estados Unidos, pasa a ser parte de las prioridades, y el juego político se hace vital.

Hacia el interior de la isla el escenario sigue sin fluir. Las transformaciones realizadas no generan una nueva impronta dado los años de estatismo acumulado y la precaria situación de múltiples sectores. Un proceso de verdaderas reformas implicaría acciones más profundas que dinamicen una realidad que ya se anuncia como desastre social, reconocido incluso por Raúl Castro en su última intervención. Pero el miedo a perder el control se convierte en el principal obstáculo.

La posibilidad de viajar de algunos opositores representa, en este sentido, el paso más audaz que ha dado la elite en el poder. Una clara apuesta por mejorar su imagen de cara al exterior y sacudirse el estigma de la falta de libertad de movimiento. Es muy probable que esta movida esté siendo manejada bajo el presupuesto de que algunos tragos amargos no serán más que eso, y que la realidad seguirá metida en su habitual camisa de fuerza, porque los opositores no pasaremos del nivel mediático y, al regresar a Cuba, el control absoluto de la Seguridad del Estado y la falta de articulación mantendrán todo en su lugar.

Ante este escenario, algunas preguntas se hacen necesarias: ¿Está la sociedad cubana en condiciones de empujar hacia mayores espacios de libertad e independencia? ¿Puede la oposición capitalizar políticamente estos viajes? Entiéndase por capitalizar nuestra capacidad de articularnos y proyectarnos dentro y fuera de la isla como fuerzas prodemocráticas con un peso cívico o político en cada caso. Proyección que nos permita también terminar con el nefasto juego de gato y ratón hacia el que la Seguridad del Estado, como brazo represor del sistema, se empeña en conducirnos. Se vuelve entonces imprescindible crecer y madurar como oposición y sociedad civil, a pesar de la constante represión, acoso y violaciones que ejerce el régimen totalitario.

La experiencia de múltiples transiciones muestra la importancia de comprender el momento del cambio como un paso dentro del proceso de reconstrucción nacional. El cambio debe ser visto como un punto de inflexión no discontinuo. En un escenario extremo como el que enfrentamos, una transición exitosa implicará la activa participación de capital humano profesional, preparado, con un fuerte compromiso social y una clara visión de la nación que deseamos construir.

Sin un tejido social que represente cuando menos un microcosmos, del meso y macro cosmos que visualizamos, será muy difícil edificar una democracia funcional. Los ejemplos fallidos son abundantes y resulta irresponsable omitirlos. La conocida “primavera árabe” devenida “invierno” es el caso más reciente que muestra que la instauración de un sistema político necesita un proceso de maduración y articulación para el que tienen que estar dadas ciertas condiciones. Imaginar el cambio y la reconstrucción de un país roto, fragmentado no solo en el aspecto físico sino también en su dinámica social e individual, resulta ejercicio primordial si pretendemos la construcción de una democracia liberal que contenga los ingredientes de toda nación moderna.

La oposición debe romper con paradigmas que implican una regresión, en el que símbolos gloriosos o épicos, y personalismos, juegan un papel significativo. Un imaginario que cifra demasiadas esperanzas en una ‘’chispa’’ expansiva suele aplazar el trabajo con vistas al mediano y largo plazo, convirtiéndose  en un lastre anquilosado.

El viejo Hegel llevaba la razón al afirmar que “todo lo que un día fue revolucionario se vuelve conservador”. Las palabras se transforman y pierden su sentido original al cambiar el contexto de las revoluciones que las alimentaron y sostuvieron.

El acto verdaderamente revolucionario es un gesto brusco, un momento de ruptura que trastoca el orden establecido. Las revoluciones todas, incluyendo las científicas, están diseñadas para transformar,  socavar las bases del modelo o paradigma anterior y, de esa manera, echarlo abajo.

Entonces, lo novedoso en nuestros días es entender esa posible brusquedad como un momento contenido dentro de un proceso que debe estar permeado de los ingredientes que conforman  las sociedades modernas, el conocimiento, la información, el pensamiento, el arte, la tecnología. Algo que debe ser previamente esbozado. En un escenario frágil en extremo como el nuestro, hacer otro tipo de apuesta es excesivamente riesgoso e incierto.

El mayor reto de la oposición y la sociedad cubana es lograr expandir las grietas de un sistema agotado que sostiene el control y el ejercicio de la violencia de Estado como elementos de contención social.

Como oposición debemos mostrar nuestra opción de gobernabilidad, el capital humano del que disponemos, la capacidad de generar un entramado político y jurídico capaz de llenar el posible  vacío que dejaría la nomenclatura unipartidista. Demostrar que podríamos garantizar la seguridad necesaria para que el país funcione y, por último, aunque no menos importante, la capacidad para rebasar las campañas de los castristas en unas eventuales elecciones libres.

En este entramado de actores y escenarios el papel del exilio o la diáspora es fundamental. Si bien no están anclados en la cotidianeidad de la isla, son elementos vivos de la nación y como tal gravitan en ella. En eso el cubano de a pie no se equivoca. En el imaginario de éste una parte importante de la solución de nuestros problemas está en Miami (como genéricamente caracteriza a la diáspora). La visión moderna de las sociedades contemporáneas debe llegar a la isla a través del exilio, y la reconstrucción dentro de la isla debe sustentarse en una constante retroalimentación entre ella y su diáspora.

El otro elemento que terminaría encuadrando el escenario cubano sería cómo se imbrican en lo adelante el exilio y la oposición interna con la sociedad civil de tal modo que la lógica binaria de lo interno y lo externo, de las figuras del “cubano de adentro” y del “cubano de afuera”, llegue a su fin, para lo cual no es suficiente con reconocer, en un plano discursivo (como también lo hace el régimen), que no hay diferencias entre nosotros; que somos iguales, etc. Es algo más: somos un solo e indivisible cubano y ese único cubano tiene que tener su derecho a ejercer el voto y a influir en el presente y el futuro político de su país no importa en qué lugar del planeta se encuentre o resida. En el propio exilio se oye hablar de los cubanos de la Isla y de los cubanos de Miami, como si el cubano ―aun viviendo en Alaska― no fuera de Cuba. Se trata, para la oposición y el propio exilio, no solo de un problema político, sino conceptual. No decimos que la patria es de todos, lo cual es una declaración de jure; decimos que todos, juntos, hacemos la nación cubana, lo cual es ya una declaración de facto. 

Así, pues, el problema de la nación cubana es hoy el problema de la transición y la reconstrucción democrática, proceso que será posible solo si se involucra a todos los cubanos, es decir, al cubano a secas, viva donde viva.

En este sentido, es bueno también ir deshaciendo un prejuicio que viene dominando las mentes de los cubanos de todas las épocas: la anhelada unidad de la oposición como única vía de presión efectiva para promover el cambio. En ese sentido considero que el protagonismo de los cambios debe recaer sobre la sociedad civil, mientras exilio y oposición, como actores políticos, deben pujar porque su representatividad tenga el alcance y penetración necesarios. Esta visión no disminuye la importancia de un discurso coherente desde la oposición.

Este será el escenario más probable en términos de expansión de la sociedad civil y del correlativo constreñimiento del Estado totalitario. Estemos, pues, alertas para no confundir sucesión con transición; aprendamos a vernos a nosotros mismos como cubanos y exijamos los plenos derechos civiles y políticos más allá del “adentro” y del “afuera”; admitamos que para la transición es tan necesario el capital humano disperso por las instituciones del Estado como las habilidades, el conocimiento y capital financiero de aquellos que han tenido que crecer lejos ―aunque no fuera― de su patria. 

Visualizar la reconstrucción de la nación como un proceso de rearticulación social, enmarcado en el tiempo presente, es la única manera posible de desmontar el régimen totalitario que ha impregnado  las estructuras del Estado, fracturado al individuo y dañando profundamente a nuestra nación.

Antonio G. Rodiles y Alexis Jardines

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